Me asomé por un agujerito entre la cortina y la ventana y vi un pedacito de cielo. Estaba lindo. Hoy se debe haber levantado con el pie derecho.
Me puso de buen humor.
El problema no es que llore sin entender del todo por qué. Si son celos ridículos, cansancio mental -solo mental, porque físico es físicamente imposible-, aburrimiento de tanto evadir mis deberes, o angustia de esas que me suelen agarrar una vez al mes. El problema no es que me sienta mal y enojada conmigo misma por algo que hice o dije sabiendo que no iba a hacer feliz a nadie, y mucho menos a mi.
El problema es que pareciera que eso que yo tanto critico y detesto en los demás a veces me abraza bien fuerte, sin dejarme ir, convirtiéndome en nada mas y nada menos que un ser hipócrita más en este planeta decadente.
Y yo que tenía la esperanza de ser una persona decente...
Por suerte y gracias a la vida, todavía me queda la esperanza de que todo esto sea producto de mi pesimismo por excelencia, ese que me agarra cada tanto, me pega unas cuantas cachetadas y me deja llorando por algún rincón.
Pero es solo la esperanza.
Igual nunca nadie me dice eso. Solo lo pienso: en esa ciudad en la que el subte respira.
Saber que está mal. Querer evitarlo. Tratar. Volver a tratar.
Pero no se puede negar lo que se siente. Si me pone feliz, me pone feliz y punto. Si me molesta, por mas que actue -o eso intente- va a seguir molestándome. Incluso sabiendo que está mal que me moleste. Son caprichitos de nena.
Basta, nena. Madurá y dejá de hacer caprichitos. ¿O será que lo haces por diversión? Qué estupideces.
Una luz tan tenue que no te despierta si estas tomando una siestita. Pero tan fría que ni por casualidad te invita a dormir.
Frío. Lluvia. Calefacción apagada. Imágenes de la noche anterior. La puerta entrecerrada. Cortinas bajas. La almohada a la que tantos secretos le conté. Un peluche de cuando era chica -o no tan chica- entre los brazos. Pensamientos de tareas sin resolver. El cansancio arrastrado del fin de semana. La computadora a mis pies. Párpados pesados. Respiración más pausada. Y el recuerdo de una torta de chocolate en un café de algún lugar de Europa.
Apretar los puños hasta sentir el dolor de las uñas clavandose en la piel.
Morder con tanta fuerza que siento que los dientes se me van a quebrar.
Ganas incontenibles de patear, golpear, y romper cosas.
Enojo. Bronca. Mucha bronca.
Muy pocas veces me pasó, pero me pasó.